De un libro escrito en 1949
No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo
lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que
trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre
ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por
carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida
corriente. Los grandes males, ni los olían. La mayoría de los proles ni siquiera era vigilada con
telepantallas. La policía los molestaba muy poco. En Londres había mucha criminalidad, un mundo
revuelto de ladrones, bandidos, prostitutas, traficantes en drogas y maleantes de toda clase; pero
como sus actividades tenían lugar entre los mismos proles, daba igual que existieran o no. En todas
las cuestiones de moral se les permitía a los proles que siguieran su código ancestral. No se les
imponía el puritanismo sexual del Partido. No se castigaba su promiscuidad y se permitía el
divorcio. Incluso el culto religioso se les habría permitido si los proles hubieran manifestado la
menor inclinación a él. Como decía el Partido: «los proles y los animales son libres».