En la década del noventa teníamos una gata regalona con mi abuela, y como se metía siempre a la cocina y le abría hasta la puerta del horno, decidió que en un viaje que hice a Queule me la llevara y dejara allá, cerca de la cabaña. Total era verano.
Eso hice con la pobre y me preocupé de que tuviera donde dormir, y la dejé con un par de kilos de comida de gatos en la zona alta, donde esperaba yo tuviera tiempo para gestionarse una pega de gata doméstica por ahí.
En el verano siguiente cuando fuí me acordé de ella y aunque no tenía ya esperanzas de encontrarla, al menos preguntaría con los vecinos a ver qué fue porque también todos tienen perros y eso me perocupaba.
Pasó que fuí a hablar con el primer vecino cercano, y cuando me acercaba a la casa tuve la idea de llamarla pero sólo por capricho...
No me van a creer, ella salió de entre las matas y se me acercó cariñosa como si no hubiese pasado nada!!!
Ni siquiera estaba enojada conmigo, cosa que me hizo quedar mal conmigo eso sí.
Lo mejor fué que mientras estábamos ahí afuera de la casa sentados, aparecieron unos gatos chicos y se subió al cerco un gato grande color negro, a controlar la escena...