Melko, no quiero ser arrogante, pero he tomado decenas de vinos distintos, de varias procedencias, y mi humilde opinion es que ese vino no aporta absolutamente nada a la diversidad de sabores y terroirs que hay disponible en el mercado del vino. Podria desaparecer mañana y no pasaría nada, salvo que el Manchester United se quedaria sin auspiciador y los accionistas de Concha y Toro verian mermadas sus utilidades. Eso no significa que sea un mal producto para su segmento objetivo, simplemente es prescindible, porque en las góndolas de nuestros supermercados hay decenas de vinos i-den-ti-cos.

No queria hacer esto pero me obligan.
Esta es la opinion de Manuel Clambor sobre Casillero del Diablo. Es un reputado experto que ha probado cientos de vinos de todas las procedencias del mundo. Me salto la introducción poética pero si la quieren leer aqui está el enlace.
Cabe decir que yo no soy tan exigente, pero si uno a probado lo que se conoce como vino de veras, no es dificil coincidir con la opinión de Clambor, basicamente lo que he dicho siempre y es que estos productos parecen mas jarabes saborizados artificialmente que vino.
http://laotrabotella.com/2009/05/10/como-vive-la-otra-parte/...
Tal fue el caso con un
Concha y Toro, “Casillero del Diablo” Pinot Noir Reserva, Chile 2007. El chico me puso la copa en la mano y yo, sin pensarlo, me la acerqué a la jeta. El resto no lo recuerdo tan claramente. Pronto me había separado del evento y estaba escribiendo aceleradamente en mi libreta.
De capa, lo que reposaba en esa copa no estaba mal. De hecho, tenía bonita transparencia, con brillo rubí y borde cereza. Definitivamente, su apariencia corresponde a pinot noir.
Pero esa nariz era toda una amenaza, con notas insecticídicas, de tomate verde, de agua de piscina sucia en la cual se ha vertido, por lo de “que haya fruta”, media tonelada de Kool-Aid de aquel de “Watermelon Cherry” que recuerdo de mi infancia. Hay también un aspecto de manguera dejada al sol tras el cual se esconde una volatilidad trementinesca de cuidado. Claro, dirán ustedes que cuán idiota hay que ser para llevarse a la boca algo que huele así. Y llevarán toda la razón del mundo. Lo curioso es que el olor no deja de tener, a un nivel superficial, características identificables como de pinot noir. Pero aquí hay suficientes defectos como para que uno no quiera ni pueda quedarse enfocado en efímeras virtudes.
La boca…
¿Me creerían si les digo que es como coger un buche de jugo de toronja del más barato y artificialón, que encima anda en el lado peligroso del amargor químico y viene en un contenedor plástico nada neutral? Pues sí. Ese es el golpe inicial, tras el cual hay algo parecido
a cerezas ahogadas en Campari con vodka y aceite 3-en-1. Su 14% de alcohol le late fuerte a este producto, aunque su color y su ofensivo espectro aromático-gustatorio no delaten nada sino hasta el final.
Terrible. Terrible. Terrible. Incluso dándole un rato de aire sigue igual de nasalmente “peculiar” y bucalmente desagradable.
“Pinot noir” chileno de una megabodega corporativa con incontables marcas y probablemente muchísimo Research and Development. Especulando yo sobre las razones de ser de esto podría caer en el ya gastadito “Fenómeno Sideways“, porque indiscutiblemente que la peliculita aquella inspiró a meterse en lo del pinot noir a muchas compañías que mejor se dedicaban a otra cosa.
Pero eso en realidad no es lo importante aquí. Estamos hablando, ante todo, de un vino económico, de los que en la mayoría de sus mercados de exportación deben venderse por debajo de los US$10. Estamos hablando de una marca instantáneamente reconocible. Y no debemos olvidar la tan cacareada mantra de ciertos “críticos”, cronistas y “comunicadores” del vino, los que nos dicen que “nunca hubo tal cantidad y variedad de vinos de alta calidad provenientes de tantas regiones del mundo”, por lo que vivimos una especie de “era dorada”, etc., etc.
Supondría yo que el brebaje que ahora rememoro fue producido por uno de esos “enólogos” con muchas credenciales: Tecnólogos industriales diplomados cuya misión es lograr un producto perfectamente homogéneo y correcto para apelar a un mercado masivo. El misterio es como acaba esta vaina en esa botella para el mass market. Y como acaba tanto enótecnólogo con título en cualquier parte de este mundo, para los efectos, produciendo tanta porquería impotable que los mercadólogos han de mover como “vino”. ¿Epoca dorada? Pues con gusto me vuelvo a la época marrón si esto es lo que brilla y lo que uno puede esperar en vinos de diario, gracias… ¡Por lo menos en aquellos tiempos de vinateros tan primitivos y fallidos se bebía mejor y los defectos eran lo que eran! Ya me gustaría que alguien me explicara con numeritos la “perfección técnica” de este pinot noir de Casillero del Diablo. Probablemente pueden hacerlo, hasta con una presentación de Powerpoint. Pero nos vemos ante un punto crítico, Ya no se trata de que el vino tenga o no tenga “alma” o “duende”. Lo que me asaltaba desde mi copa hubiese sido perdonable de ser enteramente anónimo y aburrido. ¿Pero algo tan agresivamente malo?
Si yo fuera alguien que comienza a entusiasmarse por el vino ahora mismo, créanme que productos así me provocarían irme llorando a casa de mi mamá, a que me den una cervecita bien fría y me digan que no, que la vida no es tan cruel mientras se me sanan las magulladuras en el paladar.