Lo que me queda claro es que para Comufacho el derecho a vivir -o sobrevivir- está al mismo nivel que el derecho a cambiar el auto o a ir al Sodimac y comprar cosas para la casa. Me dirá que los rotos no deberían ni asomarse a una automotora porque es probable que no tengan las lucas, ni soñar con comprar cosas para mejorar su casa mientras no junten la plata y que el dueño de la Automotora y de Sodimac tienen todo el derecho a no regalarles nada, con lo que estoy completamente de acuerdo. Esta gente se irá quizás mascando su rabia, impotencia o resentimiento, pero vivirá para despotricar contra el sistema. En el caso de una urgencia médica me imagino que tienen todo el derecho de ir a morirse a la sala de espera de un Hospital Público, lejos de la Clínica Germana con sus ascensores Otis y sus doctores de potito parado y nariz respingada, donde no estorben el prístino paisaje de gente como uno con sus levantadas de raja típicas de rotos, ¡mish! ¿venir a una clínica? que se vayan a morir a su quintil!.
No puede sino indignarme este clasismo descarnado, sobre todo porque durante 15 años de mi infancia vivimos a patadas con las lauchas porque mi padre destinó la mitad de su sueldo para cubrir el cheque en blanco que le prestaron -y que se llenó con una cifra millonaria, equivalente a unas 2 o 3 casas de la época- para salvarle la vida a una tía mía (su hermana). Según la tesis de Comufacho mi tía debería estar muerta ya que si no teníamos plata para pagar, ¿qué ibamos a webiar a una clínica?, si seguramente en la atención pública la tratarían, o por último moriría como corresponde, lejos de una clínica, su pulcritud y la libertad de emprendimiento del esforzado dueño.