Para los desordenados del tercer mundo, o sea nosotros, nos resulta por lo menos excéntrico el sistema político de los Estados Unidos de Norteamérica: ahí existe un partido de derecha y otro partido de derecha. Y paremos de contar. Nada de centro derecha o, mucho menos, centro izquierda, que eso los gringos lo conocen sólo cuando van a ver películas alternativas al festival de Cine de Sundance. Así que, al parecer, se libran de los demagogos y los cuenteros que ofrecen utopías y soluciones radicales: desde el nacimiento de esa nación el poder se lo van turnando un partido de derecha y el otro partido de derecha.
Salvo por hechos coyunturales, como la crisis de 1929 o como los asesinatos de presidentes cuya frecuencia ha disminuido de manera notoria desde 1963, no hay mucha diferencia si un demócrata o un republicano ocupan la Casa Blanca. Cuando el presidente Obama asumió su primer mandato, por ejemplo, hubo hartos pobres ingenuos en todo el mundo que pensaron que con un líder afroamericano se acabaría el "imperialismo", la intervención en asuntos extranjeros y la manipulación que conlleva creerse la policía del mundo. Después de todo, y costó que lo bacalaos lo entendiera, Barack no era de izquierda. ¿Ya se desayunaron?
En ese panorama que es como un plácido arenal, ¿por qué estamos tan preocupados ante el nuevo presidente electo, Mr Trump? ¿Acaso estamos asustados?
Sí, estamos asustados. Más allá de su discurso, de su racismo y misoginia, es fácil deducir que Trump puede ser un sujeto peligroso para el equilibrio del planeta. Ahora es el responsable del mítico maletín nuclear. Es difícil, cierto, porque debe haber muchos filtros, pero capaz que un día Trump amanezca con resaca y decida borrar del mapa un par de países con la misma facilidad que dice construirá un muro.
Esperemos que sea un buen presidente, porque querámoslo o no, sus decisiones afectan a todo el orbe.