Autor Tema: PLEBISCITO  (Leído 20111 veces)

Desconectado Iscariot

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Re:PLEBISCITO
« Respuesta #140 en: Agosto 26, 2011, 10:38:36 am »
No se si será el espacio o no, pero les dejo un artículo que me representa en buena medida y lo encuentro muy lúcido en cuando al análisis de la situación sociohistórica actual y la justificación de un plebiscito como una salida posible en el marco de nuevos canales de reivindicación de la sociedad civil.

Es largo, pero bien interesante a mi parecer, ya que no redunda en la estética izquierdista tradicional que se centra en las formas sino que habla más bien de una estrategia diferente de transformación.

Es Tiempo de Nuestra Generación: Un Plebiscito a Mano, Con o Sin Permiso

Publicado en 24 August 2011 by Iván Salinas B.

por Iván Salinas B. y Luis Thielemann H.

“los artistas son así y qué le vamos a hacer, quieren aplausos, investigar en la música, las armonías, la poesía. A nosotros eso nos da lo mismo. Nosotros queremos pelear” – Jorge González, 1986.

En un semestre en que los movilizados se enfrentan a la clase política, desnudando el colapso del acuerdo de gobernabilidad y acumulación instituido en 1986 por la entonces naciente nueva-vieja clase política, dos debates han sido catapultados desde los sectores sociales subalternos. Éstos han caído como bomba de racimo y han agudizado el desorden oligárquico. El primero tiene que ver con que los sectores dominantes han puesto sus fichas en nuevas formas de absorber esta conflictividad, dado el desborde que la multitud ha hecho de los métodos para desactivar conflictos propios del arsenal de la transición. Ello ocurre poniéndole énfasis a la franja de nuevos liderazgos y conducciones sociales, a través de mecanismos institucionales que no alteren la arquitectura gruesa del modelo neoliberal autoritario. De esta forma, han buscado argumentar que sin un partido político de los movilizados, es cosa de tiempo para que sus demandas se plieguen a la oposición oficialmente existente, es decir, la Concertación y el PC. El segundo tiene que ver con el plebiscito como la salida a la situación de empate técnico que existe entre los movilizados (en su negativa a ser neutralizados por las herramientas tradicionales que recién mencionamos) y el Gobierno (en su atrincheramiento en el único poder real que le queda: el imperio de la ley vía policía). La propuesta del plebiscito representa entonces una cancha para dirimir institucionalmente las reales diferencias. Ambas posiciones revelan el miedo del duopolio del poder: la clase financiera y los políticos de 1986, llamada “la asamblea de la burguesía”, por ser barridos de la historia, así como también su pavor hacendal a la autonomía política de los dominados, como movimiento que constituye a paso firme su proyección en el nuevo siglo. Este texto ofrece reflexiones en torno a dicho debate, sus efectos políticos materiales y de como es posible sobredeterminarlo para destruir desde los cimientos el efectivo concreto del edificio pinochetista. Nos referimos a cinco temas: la autonomía política del movimiento social detrás de la movilización, la conformación o emergencia de un nuevo sujeto histórico, la proyección de un nuevo ciclo político, la potencialidad creativa de la multitud movilizada, y la radicalidad de la propuesta de plebiscito.

I. La Autonomía del Movimiento Social

Cuando hablamos de autonomía del movimiento social no nos estamos refiriendo a una forma de aislarse de la política y convertirla en un asunto territorial en que lo local y voluntarista adquiere más relevancia que la descripción de la totalidad social. Autonomía es más bien es un reconocimiento a que las formas de enfrentamiento político estructurales y totalizantes tienen una dimensión que se expresa localmente en la forma de diversas identidades y luchas. Dentro de esas identidades diversas se desarrollan distintos juicios respecto a las formas de opresión, siempre naciendo desde la realidad de vida cotidiana y no como el resultado de una lectura prescriptiva de intelectuales vanguardistas. En ese sentido, la existencia de organizaciones centralizadas de poder y acción no son compatibles con el enfrentamiento político de carácter autonomista. Lo que se observa más bien son redes, articuladas no por una organización política centralista, sino por un conjunto de análisis comunes, ideología, respecto a las formas de distribución del poder. Esa lectura de la realidad dista de las formas tradicionales de la política, lo que provoca un doble quiebre: por un lado en la forma de definir los problemas que disputan poder político, y por otra en las formas de enfrentarlos. El quiebre que hoy presenciamos es de este tipo, la clase política, representando las formas tradicionales, se enfrenta a un conflicto de poder con diagnósticos y respuestas diferentes a las que se pueden articular de manera autónoma desde las redes movilizadas.


II. Más Que Una Protesta, Un Nuevo Sujeto Histórico

El movimiento social actual, como muchos han descrito, está caracterizado por un nuevo sujeto histórico. No hace falta rebatir los argumentos que lo comparan con los estudiantes de las flores de Mayo del ‘68, o con algún otro estereotipo histórico-ideológico con el que se pretende diagnosticar el cómo proceder a su control político, desgaste o enfrentamiento represivo. Tomando en cuenta que su articulación responde más bien a una red de diagnósticos y acciones comunes, y no a un mandato vertical de parte de un partido, es previsible que las formas organizativas que adquieran para canalizar un proyecto político sean de un nuevo tipo. Este movimiento social tiene distintas vertientes, entre las que podemos contar problemas clave como el endeudamiento, el desempleo estructural, el trabajo precario, y una juventud escolarizada y con más acceso a la información y el conocimiento, aunque con acceso limitado y muchas veces prohibitivo  a las credenciales educacionales. La asociación falsa que se hace y se ha hecho de que Chile está viviendo la sociedad del conocimiento, como modelo productivo, contribuye a que la clase política lo asuma como profecía autocumplida, usando especulaciones como que “una persona educada gana X veces lo que una que no lo está.” La realidad dice otra cosa. La educación como modelo productivo en Chile ha favorecido fundamentalmente al negocio financiero, y todo en base al relato de que “sin cartón no eres nadie.” A ello se le suma la inseguridad laboral asociada al trabajo precario. Ello hace pensar que toda la ‘industria de títulos’ y alta escolarización ha sido diseñada más bien para crear nuevos nichos de actividad productiva en aprovechamiento de las nuevas competencias de los trabajadores, pero usando las viejas prácticas rentistas que han caracterizado al mundo productivo oligarca en Chile a lo largo de su historia.

Pero lo que probablemente más une a los diagnósticos autónomos respecto al enfrentamiento político actual son la mezcla entre expectativas sociales no cumplidas y condiciones materiales que impiden cumplirlas apelando al relato de la meritocracia. Con esto nos referimos al enfrentamiento ideológico y material entre la concepción del ciudadano como consumidor en todos los aspectos de su vida y la concepción del ciudadano como sujeto de derecho en que el consumo es elegible y no obligatorio. Si los derechos son vistos como un bien de consumo, se genera una exclusión social que es sentida en variadas dimensiones de la vida cotidiana. En este sentido hay sectores populares que vienen viviendo esta exclusión desde mucho antes que explotara esta particular protesta social. Las altas tasas de endeudamiento, particularmente en las familias que menos ingresos reciben por su trabajo, son el resultado de esta confusión que lleva a la idea del consumidor de derechos. Los sectores con capacidad política de instalar estos temas en la agenda pública se dedicaron a administrar los derechos como consumo o resaltar demandas liberales por sobre demandas sociales, alejándose paulatinamente de (y enfrentándose a) las organizaciones de pobladores que lo proponían. Así, podemos citar la lucha de los deudores habitacionales, atacados por los gobiernos concertacionistas y la clase política en general, como uno de los puntales populares en la crítica al aprovechamiento del sistema financiero con los derechos sociales.

Hay variados ejemplos que pueden tanto describir al nuevo actor social detrás de la protesta como permitir entender históricamente su separación aspiracional con la clase política. Sin embargo no nos extenderemos en eso. Baste recalcar que quien protesta no tiene una representación única, sino que responde a identidades variadas que se ven golpeadas una y otra vez por un modelo de democracia agotado, y que no tiene canales políticos abiertos para expresar sus posiciones, por lo que opta por la protesta, subiéndose al carro de los sectores más dinámicos de la sociedad, como son los estudiantes. Que sean esas identidades, generadas mediante condiciones materiales que impiden el uso de derechos sociales, las diferencia de las protestas de la izquierda tradicional, cuyas identidades muchas veces eran (y son) heredadas de relatos familiares más que condiciones materiales, y se instalan en la estética y estereotipos de luchadores y luchas pasadas, más que en diagnósticos actuales de sistemas de dominio político y social. Por ello, no es necesario engañarse con que muchos de los rostros de esta movilización sean parte de esa izquierda tradicional. Así lo fueron durante todos los años de la Concertación, y no lograron instalar ninguna demanda social importante. Es gracias a los nuevos diagnósticos autónomos de la situación social que esta movilización tiene un éxito profundo en términos de radicalidad (a la que nos referimos más adelante).


III. El Nuevo Ciclo y la Insuficiencia Institucional de la Democracia

La situación de ebullición actual, una multitud de identidades que apuntan a un diagnóstico común en términos políticos, tiene un potencial tremendo para la emergencia política de un nuevo actor que perspective la disputa por el poder. Este escenario, de negación de la validez de los canales institucionales en cuanto a construir alternativas de expresión, abre el espacio para entender tanto las identidades que buscan expresión política, como las posibilidades creativas de éstas. El cuestionamiento al clientelismo político, una expresión más del conflicto entre sujeto de derecho y consumidor de derechos, se traslada con fuerza a cuestionar el sistema político en su totalidad. El dinamismo que ofrecen las organizaciones sociales permite a su vez un escrutinio constante a la labor de los líderes políticos que encabezan las movilizaciones. Este dinamismo es parte de las prácticas habituales entre los sectores movilizados, y no tiene un reflejo en la democracia institucional actual, donde abundan los ‘políticos profesionales’ que han sido parte de la escenografía de votaciones de las últimas décadas, dando limitado espacio para rostros nuevos, y ningún espacio a ideas nuevas. La extensión de estas prácticas aumenta la fractura con el sistema, pero a la vez le otorga a los movilizados una capacidad de veto constante a los líderes, asegurando que éstos sean representantes. Los representados, así vistos, no son parte de una red clientelar, sino que son legítimos escrutores de las políticas que se impulsan desde ellos mismos. Éstos códigos de participación política en la base de los movilizados no son solo una negación de la clase política y sus formas, son también un acertijo indescifrable en estos momentos para la élite. Esta falta de comprensión los lleva a utilizar las mismas técnicas de control a las que se han acostumbrado: violencia desesperada (verbal, escrita y policial), y búsqueda de conducción mediante los partidos.

Por lo tanto, este particular movimiento social, liderado por los estudiantes, abre un nuevo ciclo de luchas sociales en que otros temas entran a disputarse como derechos sociales. Chile, visto como un ejemplo del éxito de la economía neoliberal, demuestra que bajo la alfombra de la fiesta de las élites beneficiadas de ese éxito se acumulaba el polvo del descontento. Tenía que acabarse la fiesta y empezar la limpieza para que el polvo viera la luz. Y lo hizo denunciando cómo las élites han pisoteado los derechos sociales, relegándolos a su ubicación en la esfera de bienes de consumo. Al levantar la alfombra se dibuja un nuevo escenario. De repente aparecen temas nuevos y que se plantean como centrales: la problemática de la precarización laboral, expresada en distintos fenómenos como la tercerización, el sueldo mínimo, la flexibilidad laboral, los contratos temporales, la persecución a los sindicatos o su absorción burocrática para bien de la empresa y en detrimento de sus representados. Ligado a ello, se puede también hablar de los problemas de calidad de vida: el modelo de ciudad segregada; el modelo de transporte público; el acceso a bienes urbanos para el trabajo, la salud, educación, consumo y recreación; la segregación territorial del progreso (nacional y regional); el cuidado y uso adecuado o conservación de los recursos naturales. Pero ninguno de éstos temas, socialmente importantes, pueden ser parte de la agenda de largo plazo si no existe un canal político que permita su síntesis y defensa activa y de largo aliento: un proyecto político de la multitud movilizada.


IV. La Creatividad Política de la Multitud

La predicción en el uso de herramientas ‘para el futuro’ siempre responde a problemas definidos en el presente y el pasado, con el riesgo de volverse obsoletas o de tener deficiencias utilitarias producto de pronósticos errados. La historia de la ingeniería puede dar cuenta de los infinitos intentos por resolver problemas mediante los más bizarros artefactos y teorías. No es que los artefactos sean inútiles, simplemente se juzgan por su utilidad para resolver problemas, ya sea concretos o abstractos, mediante un proceso de negociación que es básicamente social. Así, toda innovación es primero social y luego técnica. Cada generación tiene un tiempo en que decide o no usar un artefacto presente o buscar nuevos artefactos que permitan la resolución de sus problemas. Las herramientas disponibles, físicas y socioculturales, son usadas para resolver esos problemas, y muchas veces se enfrentan creativamente a quienes defienden ya sea otras herramientas, o se quieren enfocar en otros problemas.

El movimiento social actual aprendió de años de silenciamiento institucional en el ámbito político. No es ninguna novedad el hecho de que los gobiernos de la Concertación aplacaron todo intento de reivindicación social mediante la desarticulación de las organizaciones de base y la gremialización de sus demandas políticas. Durante finales de los 90 y hasta el 2006, los estudiantes (generalmente liderados por la izquierda tradicional) se movilizaron en una liturgia cerrada, que empezaba en Abril y terminaba en Mayo, usualmente con exigencias que no eran transmitidas para ser empáticamente aceptadas por la ciudadanía. Las expresiones novedosas de los deudores habitacionales (más bien las deudoras) fueron reprimidas y desarticuladas políticamente con la poderosa maquinaria mediática al servicio del capital, siendo relegada su notoriedad a una expresión marginal. No fue sino hasta el 2006, con la Revolución Pingüina, cuando se rompió el ciclo litúrgico de movilizaciones estudiantiles, saliendo a relucir toda la creatividad autónoma para enfrentar el poderío mediático y político del sistema político. Sabemos que la salida institucional a la resolución del conflicto significó el entierro de las demandas políticas y sociales en acuerdos del establishment.

La multitud movilizada es creativa, y hoy en día quizás más que en los últimos treinta años. Es a partir de la acumulación de experiencias de lucha que los actores movilizados, la multitud consciente de la condición política de la movilización, y probablemente de la instalación clara de un gobierno representativo de la opresión capitalista, que los recursos creativos individuales han sido puestos a disposición de demandas políticas y sociales. A ello se suma la falta de experiencia corpórea con la dictadura, y una experticia en el uso de las herramientas que ofrecen acceso abierto al conocimiento y la información.

Lo anterior, junto a otros fenómenos, dibuja un arreglo de condiciones concretas y entornos socioculturales favorables a la innovación en la creación de herramientas de activismo político, que visibilizan las contradicciones del modelo democrático, económico y social. Hacen más clara y abierta la confrontación al capital, ayudado también por la claridad con que éste puede observarse cuando el gobierno está lleno de sus representantes. No es necesario enumerar las diversas formas que han adquirido estas herramientas de activismo, pero si es imperativo decir que han aumentado las posibilidades de respuesta política y denuncia ante el abuso de las formas tradicionales con que las movilizaciones fueron controladas en las últimas décadas: ataque mediático, criminalización, gremialización, y represión policial.

Adicionalmente, la innovación en el activismo no es casual, sino el producto de un complejo proceso de construcción de micro-estructuras políticas en diversos espacios locales. Como ya mencionamos, al no haber un canal político institucional que permita la expresión de los jóvenes, los estudiantes de hoy, y los de hace 10 años, han optado por conformar diversos mecanismos de participación en los espacios en que los políticos no llegan sino a copar de propaganda en tiempo de elecciones. Es lo que ha venido construyéndose desde hace más de una década, con la participación masiva de estudiantes secundarios en el “Mochilazo” contra los empresarios microbuseros y la indolencia de la Concertación. Se instaló con fuerza durante la Revolución Pingüina el 2006, y hoy madura como movimiento social por la educación. Siendo un proceso creativo externo a la clase política, se mueve con códigos de representación y acción que sobrepasan a los canales institucionales y los tradicionales partidos políticos. Y hoy convergen en diagnósticos y propuestas comunes, como una multitud empoderada localmente. Eso es la creatividad social de los estudiantes movilizados hoy en día. Los videos de youtube, las convocatorias a manifestaciones por facebook o twitter, y/o la cantidad de manifestaciones culturales en la calle, son simplemente el producto, no la causa, de la apertura a la política y la masividad de esta movilización.

Por lo anterior, es muy difícil que la clase política pueda seguir sosteniendo con eficacia, tanto discursiva como ejecutivamente, que los canales institucionales actuales son el camino por el cual el diálogo social debe transitar. Ello menos cuando justamente en esos espacios democráticos, ya cuestionados, se observan práctica como la designación de parlamentarios. Sin embargo, la pregunta que asalta a tantos hombres y mujeres buenos, criados con esas instituciones y que apoyan las demandas del movimiento social estudiantil, es ¿si no es dialogando con esos canales, cómo y dónde está la alternativa de salida del conflicto? Creemos que esa pregunta es válida, pero no son los estudiantes ni los sectores movilizados los llamados a resolverla en el corto o inmediato plazo. Creemos que la respuesta está, tanto para la izquierda como para las multitudes, en la ampliación de las posibilidades de innovación social y política, mediante un diálogo basal, como lo ha sido el que conforma este movimiento. Un plebiscito, sea vinculante o no, es un espacio que abre la discusión no solo en torno a los tecnicismos detrás de la redacción de una pregunta, o a la logística de la realización de éste. Un plebiscito permite que esa discusión se centre también en la calidad de la democracia y sus instituciones, siendo la creatividad desplegada en tanta organización nueva la que se transforme en un elemento central para el protagonismo de la multitud que clama un nuevo sistema político. En el fondo, un plebiscito es el comienzo de una salida radical a este conflicto.


V. ¿Qué es la Radicalidad y Cómo se Relaciona con un Plebiscito?

La palabra radicalidad ha sido usada por uno y otro lado de la estupidez política. Mientras el izquierdismo confunde radicalidad con pirotecnia confrontacional con la policía (o peor, con autoridades universitarias), la Derecha considera radical cualquier subversión de las formas consensuadas en 1986. Ser radical no tiene que ver tampoco con posiciones discursivas, pues  cualquiera puede decir lo que quiera en una asamblea o en un panfleto, más aun sabiendo que de ello no depende que comerá al otro día o si podrá llegar a fin de mes pagando el colegio de sus hijos. La radicalidad es sencillamente la condición de aquellas acciones materiales que son capaces de golpear más fuertemente a la dominación. La radicalidad es profundidad en el ataque, es la estrategia que arrincona a los poderosos mediante diversas formas de lucha, mejorando la posición de quien ataca, incluso otorgándole la victoria.

En un año ya histórico como el que estamos viviendo, la radicalización se parece más a lo que indica la derecha que al pretendido maximalismo de barricada o toma. Sin desconocer el importante sentido del uso insurrecto de la calle que ha cargado de mística este conflicto, la politización de la crítica a la transición así como la instalación en el sentido común de valores como la solidaridad, la acción colectiva o el trabajo social no sólo discursivamente, sino como práctica para resolver problemas del cotidiano, han emergido como formas y sentidos de lucha que sirven de tope para las intenciones de prolongar la farra antipopular de la clase política. Las mayorías han dicho basta a la vez que evidencian su abrumadora superioridad numérica y moral, un acto constituyente en sí de un nuevo ciclo político. En ese orden, la radicalización tiene que ver más con bastiones valóricos y de reivindicación soberana de las mayorías que con posiciones estéticas o discursivas, una vuelta a la política como espacio de conflicto de masas.

¿Qué sentido tiene entonces un plebiscito en dicho proceso de radicalización de las mayorías? Creemos que es la estrategia política más afilada de las que han sido propuestas en el campo del anticapitalismo. Esto es explicable a partir de dos posiciones concretas. Primero, el camino hacia el plebiscito presenta una oportunidad sin igual de constituir un nuevo actor político desde el movimiento popular. Segundo, el plebiscito en sí es un espacio sin parangón en la historia para perspectivar e instalar un programa de lucha anticapitalista de masas. A continuación desarrollaremos más ambos puntos.

I. Un nuevo actor, compuesto por las organizaciones de la sociedad que vayan conformando la mayoría que logra imponer un plebiscito -por la vía legal o de los hechos-, deberá defender con autonomía política y operativa su capacidad de consulta. El problema de quién escribe las preguntas se dibuja en concreto como la capacidad política del movimiento social de establecer nodos críticos y centrales: principios políticos ante los cuales las mayorías se identifican. Un ejemplo es la eliminación del lucro en instituciones que hacen efectivos los derechos sociales, como la salud o la educación. Quién tenga miedo de perder en la redacción de las preguntas, entonces, tiene miedo de perder ante las mayorías.

Autores como Charles Tilly han planteado que los movimientos sociales, en la medida que emprenden sus campañas, son capaces de fortalecerse, crecer, institucionalizarse y mutar a estadios superiores. Así, se moverían desde el peticionismo al Estado, muchas veces despolitizado, a visualizar las correlaciones centrales de fuerza. Ejemplo de ello es el origen de la izquierda del siglo XX en Chile. Los sindicatos surgieron a inicios del siglo pasado como una evolución de las asociaciones mutualistas que se preocupaban del bienestar obrero y del artesanado del periodo anterior. Muchas de estas instituciones tenían inspiración católica y se manifestaban contrarias a las teorías rupturistas del orden. De la misma forma, con las luchas del ciclo 1890-1907, esta tendencia cambió y desde los primeros sindicatos (y en radical oposición a una institucionalidad que no podía representar sus intereses) surgieron los primeros partidos obreristas revolucionarios. Un movimiento por el plebiscito no contiene una demanda predefinida, por el contrario, es el proceso en el que los movilizados vuelven principios políticos irreductibles sus demandas centrales, convirtiéndolas en preguntas para las mayorías. El hecho de plebiscitar y no consultar o votar, es decir, decidir entre posiciones polarizadas, logra que las fuerzas sociales y políticas que demanden plebiscito en realidad lo que demandan es la posibilidad de subvertir el espacio tradicional de consulta, hoy limitado a las elecciones de políticos o privatizado en las encuestas. Al hacer esto se constituye un espacio en sí mismo crítico con el apartheid político, reflejando que las demandas sobre el orden social son las demandas de las fuerzas vivas en conflicto con el capital. El actor político no se crea solo, no es una entelequia, se conforma en los debates, en la campaña por un plebiscito, en la redacción de las preguntas, en los voluntarios que localmente promueven la iniciativa. La lucha misma por el plebiscito es el espacio articulador. Proponer un conflicto en qué polaricemos la posición de los poderosos como una que defiende sus intereses corporativos y de los ricos, y la nuestra como la de las mayorías, no sólo en un plebiscito sino en la demanda por él, es un conflicto político que perfila un actor nuevo que desde sus demandas sociales, a su vez, perfila una estrategia de arrinconar a la democracia antipopular.

II. Sin lugar a dudas la discusión menos interesante sobre la demanda del plebiscito es aquella que intenta desmentir su posibilidad o que busca la quinta pata del gato para que este pueda hacerse. Un ejemplo histórico permite ridiculizar esta posición: es como si en 1917 alguien le hubiese dicho a Lenin que no es posible instaurar la Dictadura del Proletariado porque las normas zaristas lo impiden. Antes de seguir, creo es necesario aclararlo bien: no es problema del pueblo ni de sus dirigencias sociales si el plebiscito cuenta o no con mecanismos legales para realizarse. Ese problema es de quienes deben decirnos que no podemos decidir, porque al hacerlo ellos se vuelven innecesarios. El mero hecho de proponer con seriedad un plebiscito e insistir en él es demandar el suicidio del consenso de transición. Por ello, quienes se oponen a éste, desde la derecha o la izquierda, se oponen curiosamente por la misma razón: no es legal, no se puede, es muy difícil. Ahí se manifiesta que la radicalidad que algunos gustan de exhibir en las frases no alcanza para las acciones.

El plebiscito, en ese sentido, debe realizarse igual, con o sin permiso, con o sin reforma constitucional, con o sin servicio electoral, esa es la posición más radical. Sabemos, lo sabemos bien, que el movimiento social puede aportar los recursos humanos, su creatividad social, y que la tecnología nos acompaña, así que no es un problema de infraestructura. También sabemos que no se nos puede prohibir votar, decidir, aunque no se le de reconocimiento formal a dicho acto, por tanto tampoco ese es el problema. Por último, sabemos que si la demanda por un plebiscito se sigue haciendo fuerte en las mayorías organizadas, quienes se han resistido a éste deberán ya sea sumarse a la iniciativa o ver pasar la historia. Así las cosas, el acto de un plebiscito sin permiso, masivo, organizado y cuyo acto sea un acontecimiento, dotará al pueblo organizado de algo que no se podría dar en tan poco tiempo y con tanta legitimidad: Un programa de lucha anticapitalista de largo aliento.

Lo que hemos descrito, son las ideas que creemos recogen los elementos del debate en torno a la táctica política de un plebiscito como demanda desde el movimiento social en el perfilar de una estrategia de ruptura con el ciclo y las formas de dominación, las mismas que hoy exhiben sus grietas y desbande. Mientras algunos se oponen ofreciendo espurios argumentos llenos de tipologías de manual pero sin posiciones concretas sobre actores concretos, demostrando su miedo a vencer, otros lo hacen desde la defensa insostenible de su propia posición como único espacio de deliberación político posible. Proponemos tomarse en serio el plebiscito, tan serio como para hacerlo “sin permiso”. El movimiento social ha demostrado tener la capacidad de emprender acciones de esta envergadura, lo que falta es la voluntad política ya no sólo de golpear a los poderosos, sino que de superarlos en una nueva subjetividad histórica. Es tiempo de nuestra generación.


Saludos,
José
Abajo y a la izquierda está el corazón.

Con la esperanza intacta...

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Re:PLEBISCITO
« Respuesta #141 en: Agosto 26, 2011, 11:54:00 am »
Es la mejor salida para Piñera y la que corresponde ademas, espero que lo asesoren bien.
No respondo estupideces ni comentarios violentos, vacío a la violencia.

"con un enfoque violento de la violencia, no resultara la paz" Silo

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